Sobre garbanzos y pajitas
Una de las diferencias que se pueden advertir entre los niños crecidos en familias cristianas y los niños de un entorno no cristiano, es que los primeros viven con costumbres y referencias cristianas que a los segundos posiblemente les sonarán a chino…
Por ejemplo, un niño educado en la fe en casa te contará enseguida, cuando le hablas del Adviento, sobre la corona tan chula que han hecho este año en casa. O sobre cómo cada domingo se enciende una nueva vela en la corona (aunque fuera de esas modernas eléctricas que no queman a ningún hermano “accidentalmente”). O que se lee el evangelio, o se hace una petición, o se reza cualquier cosa mientras se espera el día del Nacimiento de Cristo.
Ojalá los pequeños de la casa tengan uno de esos calendarios tan originales donde cada día se propone un reto de simpatía o afecto con alguien. Y se ofrece, al abrir la casilla correspondiente, un bombón o un pequeño dulce.
Qué bien estaría que se llenasen las casas de pequeños recursos educativos y simbólicos de una auténtica preparación de la Navidad.
Hay tantos ejemplos. Yo leí el otro día en un libro sobre el Adviento la costumbre de una familia cristiana de acumular garbanzos en un bote cada vez que uno de la familia se había acordado de hacer algún pequeño sacrificio u oración. Al final del día cada cual ponía su garbanzo en el bote y, no sé si lo decían, contaban su pequeña dificultad superada o su ofrecimiento generoso del día.
Esto me recordó otras dos costumbres tradicionales.
La una era de los conventos de carmelitas de la misma Santa Teresa. Durante el Adviento, ponían una pajita en la cuna vacía que estaba al pie del Altar cada vez que una de las hermanas hacía uno de estos sacrificios de los que hablamos. Se trataba de conseguir la cuna más cómoda para Jesús, y se hacía ver cómo cada dolor ofrecido sería un descanso para el frágil Niño que estaba por nacer el 25.
La otra me la contó uno de los sacerdotes que me influyó en mi periodo de formación para hacerme sacerdote. En su seminario, los muchachos ponían en un bote un granito de trigo cada vez que ofrecían algo costoso, cada vez que superaban una dificultad, cada vez que ponían delante de Dios una contradicción o un gesto de entrega voluntario. Al final de la carrera, prensaban los granos de trigo de su bote y hacían una blanca forma, compendio de oración y de sacrificio, con la que celebrarían, conscientes de su grandeza y de su significado vital, su primera Misa como sacerdotes.
Ojalá que compongamos muchas costumbres cristianas, ya desde casa, que nos hagan estar cerca y despiertos para el Señor en este Adviento… ¡Aún nos queda tiempo!