Como resultado de los trabajos del Concilio Vaticano II, el Beato Pablo VI autorizó la publicación del Directorio General para la Catequesis en 1971. Transcurridos treinta años de la clausura del Concilio, se revisó y promulgó bajo la autoridad de san Juan Pablo II (25 de agosto de 1997). La nueva redacción encuadraba la catequesis de evangelización en las directrices marcadas por las Exhortaciones Evangelii Nuntiandi y Catechesi Tradendae, de suma importancia para este propósito, y teniendo en cuenta los contenidos de fe expuestos en el Catecismo de la Iglesia Católica. El Directorio General para la Catequesis constituye, por tanto, la referencia obligada para cualquier iniciativa catequética de carácter institucional (no entramos en consideración de la acción catequizadora “informal” o espontánea que llevan a cabo todos los fieles con su ejemplo y su palabra).
La labor que se realiza en la Catequesis Familiar es, como el nombre indica, catequética. El término “catequista familiar” lo aplicamos a las personas que colaboran para llevarla a cabo, en un sentido amplio, según lo explica el propio Directorio:
“Para que el ministerio catequético en una Diócesis sea fructífero, necesita contar con otros agentes, no necesariamente catequistas directos, que apoyen y respalden la actividad catequética realizando tareas que son imprescindibles, como: la formación de catequistas, la elaboración de materiales, la reflexión, la organización y planificación.” (n. 219)
“A veces, el catequista solo puede ejercer este servicio de la catequesis durante un período limitado de su vida, o incluso de modo meramente ocasional, aunque siempre como un servicio y una colaboración preciosa.” (n. 231)
En consecuencia, los criterios que proporciona el Directorio sobre la formación de catequistas afectan tanto a quienes ejercen la función de catequista de forma habitual como a los que colaboran en estas tareas de forma puntual.
Las indicaciones del Directorio sobre la formación de catequistas se recogen en el número 237 del documento, que dice así (algunos textos han sido resaltados en negrita):
«Para concebir de manera adecuada la formación de los catequistas hay que tener en cuenta, previamente, una serie de criterios inspiradores que configuran con diferentes acentos dicha formación:
Considerando los criterios que deben inspirar la formación de los catequistas, la pregunta que cabe hacer es: ¿y cuál debería ser el perfil de esas personas?, ¿quiénes serían las más adecuadas para desempeñar esta tarea?, y finalmente, ¿cómo se lo proponemos?
En lugar de extenderme en la respuesta a estas preguntas, reproduciré aquí unas palabras extraídas de una conferencia de Cardenal Fernando Sebastián, acerca de la “Pastoral sobre la familia y la transmisión de la fe”. Entre otras sugerencias, proponía lo siguiente:«Convocar a los fieles de la parroquia o de la comunidad, y especialmente a aquellos matrimonios capaces de comprender y de vivir este ideal. Aprovechar la capacidad evangelizadora de las familias verdaderamente cristianas que haya en nuestras parroquias y comunidades, identificarlas, invitarlas, reunirlas, concienciarlas, apoyarlas. Construir con ellas una verdadera comunidad catecumenal y litúrgica. Hay que intentar que las parroquias sean verdaderas comunidades catecumenales con capacidad de engendrar cristianos nuevos hasta que el núcleo de la parroquia sea una comunidad de cristianos convertidos, orantes, convivientes y actuantes, cuya institución más importante sea el Catecumenado de niños y adultos como matriz vigorosa de los nuevos cristianos.»
Tiene sentido. La Iglesia es la familia de Dios. La familia como “iglesia doméstica” no puede encerrarse en una burbuja protectora, pues renunciaría a su identidad si no percibe la necesidad de estar “en salida”, como dice el papa Francisco, si no sale “a las periferias”, a los lugares donde se la necesita.
La Iglesia cuenta con nosotros, los laicos, para llevar a cabo la nueva evangelización: sería un sueño imposible sin la aportación de familias, de matrimonios, que se empeñan en ser santos y sembradores de santidad. Se puede y se debe proponer la labor de ser catequistas a quienes entienden este mensaje. Da lo mismo que pertenezcan o no a movimientos, asociaciones o cualquier otro tipo de institución católica. Tocan a rebato. Es hora de sumar esfuerzos y de aportar nuestro grano de arena obedeciendo al mandato del Señor: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15)
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