El Directorio para la Catequesis (n. 48) recuerda que la catequesis está al servicio de la nueva evangelización. No es una afirmación más de las muchas que contiene: en la presentación del documento, se recuerda que “la estrecha unión entre evangelización y catequesis se convierte en la peculiaridad de este Directorio”.
El concepto de nueva evangelización es diáfano: consiste en la tarea de evangelización que hay que llevar a cabo en sociedades descristianizadas, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o no se reconocen como miembros de la Iglesia. No es un retorno a una situación anterior -por eso no se utiliza el término re-evangelización-, sino un comienzo, un punto de partida: una evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” (San Juan Pablo II). Para esta tarea, la Iglesia pide renovar el espíritu de los orígenes y sugiere una “inspiración catecumenal de la catequesis, que se hace cada vez más urgente recuperar” (Directorio para la Catequesis, n. 2). Eso que se quiere recuperar no es lo que hemos conocido en el siglo XX, ni tampoco el tiempo de esplendor de la cristiandad medieval. La catequesis catecumenal es la que se hacía en el tiempo de los Santos Padres: San Juan Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia, San Agustín, San Cirilo de Jerusalén, San Clemente de Alejandría … El mayor interés de la Iglesia estaba centrado entonces en la iniciación en la fe y en la vida cristiana de los conversos al cristianismo, con una intención misionera explícita. Se desarrolló con fuerza entre los siglos II a IV, cuando los cristianos eran minoría en una sociedad pagana.
¿Qué debería cambiar en la catequesis para que realmente sea un instrumento a favor de esta nueva evangelización? La respuesta se encuentra en muchos lugares -pienso en el propio Directorio para la Catequesis-, pero me voy a referir a un recientísimo mensaje del papa Francisco. El pasado 17 de septiembre, el papa pronunció un discurso sobre «Catequesis y catequistas para la nueva evangelización». En el discurso, glosaba las palabras del Evangelio «Id a la ciudad» (Mt 26,18) como el mandato de «ir primero “a la ciudad”, al encuentro de las personas ocupadas en sus quehaceres diarios (…) allí donde viven y trabajan».
No dice: “id a la parroquia”, ni “id a por los niños”. Los que trabajan son gente mayor.
El Directorio viene a recordar la enseñanza permanente de que la catequesis de adultos es la forma principal de catequesis:
“(…) se reitera que «catequesis de adultos, al estar dirigida a personas capaces de una adhesión plenamente responsable, debe ser considerada como la forma principal de catequesis, a la que todas las demás, siempre ciertamente necesarias, de alguna manera se ordenan.” (n. 77)
Esto es coherente con la llamada a realizar una nueva evangelización de inspiración catecumenal, integral y misionera. Pero lo que no está tan claro es que el esfuerzo que se realiza en multitud de catequesis vaya en esa dirección. Me explico:
Conviene preguntarse con sinceridad: ¿estamos realizando un esfuerzo evangelizador y catequístico dirigido a la familia?, ¿proporcionamos ayuda a los padres para que cumplan su misión o nos rendimos ante la evidencia de que “no saben, no tienen tiempo o no quieren” y aceptamos el papel de especialistas en religión que educan a sus hijos?, ¿favorecemos -sin quererlo o queriendo- esa mentalidad de “delegación” por no insistir en el principio básico de que los padres cristianos deben asumir gustosamente su responsabilidad?, ¿nos percatamos del riesgo que corren los niños de llevar una doble vida?, ¿es sano y educativo percibir conflictos morales entre lo que se enseña en la parroquia y lo que se vive en familia?
Tengo la convicción de que, si afrontamos con valentía las respuestas a esas preguntas, empezaremos a caminar en la dirección correcta. Mientras tanto, lo fácil es engañarse con la pretensión de cambiar el mundo educando nosotros a los niños, no sus padres.
Entre otras medidas, sería bueno poner en cuestión el sistema de preparar la catequesis de los niños “solo” con materiales destinados a los niños. Los adultos -catequistas y/o padres- necesitamos ser interpelados con los argumentos y los afectos que son propios de nuestra edad y condición. Por eso, la laudable intención de los métodos de catequesis familiar que manejan contenidos infantiles queda bastante aguada cuando no cuentan con la correspondiente parte de contenidos para mayores.
Imagínense a los Santos Padres dirigiendo sus sermones a los niños: no hay nada de eso, porque lo hacían sus padres (con minúscula), con independencia de que luego recibieran ayuda. Más: imagínense un momento a nuestro Señor dedicando la mayor parte de sus esfuerzos a anunciar la venida del Reino a los pequeños. Evidentemente, Dios habla a quien quiere y cuando quiere, y hay niños santos más sabios que los mayores. Pero el proceso normal es dirigirse en primer lugar a quienes tienen capacidad para entender: serán ellos quienes luego transmitan el mensaje.
¿Difícil? No lo es tanto. Es cuestión de avanzar poco a poco, sin pausa, empezando por los catequistas, tal y como lo dibuja el gráfico que encabeza este artículo. Primero, ofrezcamos formación a los catequistas. Después será el momento de empezar a trabajar con los padres. Todas las familias que se consideran católicas pasarán antes o después por este proceso. Es una oportunidad increíble para llegar a muchísimas personas y reavivar su fe gracias a sus hijos. Esta es la propuesta que hacemos en la catequesis familiar de #BeCaT. Ojalá muchos se interesen.
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